lunes, 27 de septiembre de 2010

Partido por TV

Jorge se levanta temprano, dormía a pata suelta sobre el sofá. Los músculos atornillados en las cervicales. Miró a su alrededor y se preguntó qué hacía durmiendo en el sofá.
- La Quilmes da resaca, le dijeron.
Pero él compró igual. Veinte Quilmes de litro para ver el partido en casa.
Pidieron pizza, más de lo mismo, y alguna que otra empanada de verdura para el pesado de Andrés, que siempre complica las comidas, con su teoría de lo natural.
Laura sentada en el sillón violeta miraba de reojo el sillón verde en el que se sentaba excesivamente erguido Germán. Miraba el cierre abierto del pantalón de Germán. Tragaba saliva y cerveza y algún suspiro sofocado. Ella miraba, pestañeaba, meneaba un poquito la cadera sobre el sillón, haciendo un leve contoneo de pezones y mejillas.
Jorge estaba cansado de las miraditas, y de los comentarios atontados de sus amigos en el salón de su casa.
Abrió la ventana con estrépito de una palmera que saltó dentro dándole en la cabeza a Juan, que estaba justo debajo.
- ¡Bancá pelotudo! ¿Qué hacés?
Risas unánimes.
- Uuuuu.... ¡gooooooooooolllllllll...!
La palmera fue olvidada en cinco saltos de los sillones.
- Me vas a manchar toda la alfombra, bobo.
Manos chorreando queso, bocas aceitosas… Se preguntaba cómo se le había ocurrido invitarlos a su casa, tal vez había un cierto placer en que todo se desdoblara y perdiera su estado cotidiano. De tranquilidad y orden. En esa ruptura de su soledad posesa y prolija. Además no podía pasar el partido de Argentina solo, escuchando los alaridos vecinos, por menos que le interesase el fútbol. - Hubiera sido mucho peor, se tranquilizó.
Laura se abrió de piernas. Juan, que estaba justo enfrente, clavó la mirada en ese hoyo negro que solo ella sabía. No tenía bombacha. Intuyó terciopelo rosa, de una temperatura alta, pelos oscuros alrededor, humedad salvaje, cavidad abierta. Una erección espontánea surgió entre sus piernas. Le tiró gestos de mímica a Germán, que estaba excesivamente interesado en el partido. Trataba de llamar su atención, pero nada.
El hoyo de Laura apuntaba directamente a Germán. Juan se rió forzado, en el fondo él nunca sacaba los ojos de ella y no entendía el efecto atrayente de la indiferencia de Germán. Se decía, si esas piernas me apuntaran a mí, yo no estaría mirando el partido.
Laura no lograba nada con sus insinuaciones ya obvias para todos, menos para quien iban dirigidas. Estaba borracha. Jorge le puso la mano en el hombro fraternalmente.
- Date una ducha Laura, y acostate en mi cama. Hoy dormís acá.
Caminó tropezando con botellas vacías, cajas de cartón, con el teléfono, sillas caídas. Se giró antes de hundirse en el pasillo y miró a sus amigos. Se le cayeron un par de lágrimas, pero ella no se dio cuenta. Solo Juan se estremeció en su silla, y tragó las ganas de darle un beso y de mimarla, aprovechando la borrachera. Ella llegó al baño tambaleándose, encontró una cara demacrada en el espejo, pálida, medio azul, la cadena sin tirar y olor a mierda impregnado en las toallas.
- “Lo que huele a mierda huele a ser”,
Apretó el botón. Un ser desapareciendo en los remolinos de agua. Se olió los sobacos. Ducha caliente, frío de invierno. Todavía resacas de nieve en Buenos Aires. Nieve en Buenos Aires, piensa. Qué loco.
F.Berthold

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